Patriarcado de Alejandría – Wikipedia, la enciclopedia libre

La ciudad de Alejandría, debido a su importancia urbana y geográfica y sus orígenes importantes como sede apostólica, pronto se convirtió en uno de los principales centros de difusión del cristianismo, con un gran peso en la dirección de las primeras comunidades cristianas. Durante el obispado de Marcos II de Alejandría, a mediados del siglo II, las corrientes teológicas (más tarde consideradas herejías gnósticas) de Basilides, Carpocrates y Valentino comenzaron a formarse dentro de la comunidad alejandrina; en contra de ellos estuvo el obispo Agripino, quien llegó a negar la validez del bautismo recibido por herejes.

La Iglesia de Alejandría aumentó su prestigio entre los siglos II y III gracias al desarrollo de la Escuela catequística de Alejandría y el nacimiento y difusión del monacato en sus diversas formas. A la cabeza de la escuela teológica de Alejandría estuvo Heraclas de Alejandría, quien poco después se convirtió en obispo de la ciudad. A partir de su episcopado (231-248) los obispos alejandrinos tomaron el título de Papa, en griego, Παπας, un término familiar para «padre».

Figuras prominentes de la Iglesia alejandrina fueron: Clemente de Alejandría, Orígenes y Atanasio de Alejandría. Durante los primeros tres siglos, se construyeron una gran cantidad de iglesias y se desarrolló un rito litúrgico propio: la liturgia del apóstol Marcos (alejandrina).

A principios del siglo IV un presbítero proveniente de lo que hoy es Libia, llamado Arrio, que servía en la catedral de Baucalis, comenzó a predicar, sobre la base de las doctrinas gnósticas del siglo anterior, la subordinación de Cristo a Dios Padre, negando la doctrina de la Santísima Trinidad. La doctrina de Arrio atrajo la atención del obispo Pedro de Alejandría, quien lo excomulgó. El obispo Alejandro de Alejandría convocó en 318 un sínodo durante el cual se condenó la doctrina arriana, lo que provocó que Arrio huyera a Constantinopla. Este sínodo reconoció a Alejandría como sede metropolitana.

No obstante, la doctrina arriana se difundió en toda la cristiandad, por lo cual el Concilio de Nicea (325) fue convocado por el emperador Constantino para resolver el asunto y dio lugar a la formulación del Credo Niceno, siendo recitado por todos los cristianos, y cuyo autor fue el obispo Atanasio de Alejandría. En este concilio también se reconoció la preeminencia de la sede de Alejandría junto con las de Roma y Antioquía,[2]​ declarándose la primacía de la Iglesia de Roma, sede del sucesor de san Pedro, y después de Roma, Alejandría, sede del sucesor de san Marcos, cuya jurisdicción se extendía en este tiempo sobre las 100 diócesis del valle del Nilo, señal de la vitalidad de esta Iglesia. Cerca del 330 la Iglesia de Alejandría extendió su jurisdicción más allá de las fronteras del Imperio romano, hacia Etiopía, cuando Atanasio designó obispo a Frumencio de Aksum.

En 357 el obispo de Alejandría se vio obligado a huir de la ciudad nuevamente, refugiándose en el desierto, mientras que otro arriano, Jorge de Alejandría, se sentó en su silla. En 358 incluso el obispo de Roma Liberio se vio obligado a condenar al metropolitano egipcio, pero en 362 fue restablecida la ortodoxia.

El Concilio de Constantinopla I en 381 reconoció al metropolitano de Alejandría poderes de inspección sobre todos los obispos de Egipto. También decidió que el obispo de la capital imperial (Constantinopla) «tendría primacía de honor, después del obispo de Roma, puesto que Constantinopla es la Nueva Roma», dándole un rango superior a los de Alejandría y Antioquía, imposición que suscitó la indignación de los egipcios y de su patriarca. Esta decisión se tomó una vez que se marcharon los legados papales, debido a las presiones del emperador Teodosio y se basó únicamente en que Constantinopla era la capital del recién establecido Imperio bizantino, sede del emperador.

El emperador Teodosio II en el 431 reconoció a Alejandría como sede patriarcal, lo que fue confirmado por el Concilio de Calcedonia en 451 (aunque el título de patriarca no fue usado formalmente hasta siglos después).